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Recolección de residuos: la visión de un trabajador

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Recolección de residuos: la visión de un trabajador

Cuando contamos historias de la ciudad, siempre estamos interpretando lo que pasó en otro tiempo. Debemos ser conscientes de que lo hacemos priorizando un punto de vista determinado, a la vez que dejamos otros de lado. En esa dinámica no es raro encontrar artículos que relegan la mirada de los trabajadores. En este espacio dominical siempre intentamos rescatar la visión de los trabajadores. La semana pasada hicimos referencia al servicio de recolección domiciliaria de residuos, en la presente nota reflejamos una entrevista con alguien que por años trabajó en esa área municipal

 

Inicios en los 70

Era la segunda mitad de 1970, cuando Ramón Alberto Sosa, más conocido como «Pechito», mañana y tarde llegaba al Corralón Municipal. Por entonces ya hacía dos meses que diariamente el hijo de Ramón Antonio Sosa y María Aurelia Margara veía cómo partían los trabajadores municipales para realizar la recolección domiciliaria de residuos. Con sus tiernos 14 años quería comenzar a trabajar, por ello todos los días hábiles venía desde su Villa Nueva intentando que lo contrataran en el municipio de Villa María, donde ya trabajaba su padre. En la primera jornada de aquel diciembre cambió su suerte. Ese día Alfredo Vijande, en ejercicio de la Intendencia, le dijo que lo probarían. Ahora, muchos años después, Sosa cuenta lo que pasó aquel día y se emociona; fue un paso importante en su vida. Lo recuerda diciendo: «Me llevaron en el recorrido por el barrio Florentino Ameghino y parte de Villa Aurora. Cuando regresamos, Vijande preguntó cómo había andado y le dijeron ‘más o menos’. Yo creía que había estado ‘de diez’”. Aquella fue su primera jornada de trabajo en el municipio, donde desde hace 46 años se desempeña de manera ininterrumpida en distintas secciones de trabajo.

 

Un trabajo muy duro

Las jornadas en la recolección eran duras, Sosa cuenta que «algunos entraban a trabajar y luego de cuatro o cinco cuadras no querían saber nada más de esto… Era muy sacrificado, muchos compañeros fallecieron muy jóvenes. Todos tenían un gran desgaste físico. Trabajábamos por tarea, teníamos que cubrir una cantidad de cuadras, cuando hacíamos eso ya nos íbamos. Por día cubríamos entre 300 y 360 cuadras. Al principio éramos tres por camión. A la mañana ingresábamos a las 7 y el turno tarde comenzaba a las 13». En relación a cómo organizaban el trabajo, dice que «al principio éramos tres personas por equipo, íbamos uno por vereda y otro al medio, pero luego pedimos que fuéramos cuatro y entonces comenzamos a repartirnos dos por vereda». Dice que en aquellos años no se usaba la bolsita de plástico, la mayoría eran tarros de lata o cajones de madera. «Recolectábamos y luego se llevaba a distintos lugares. Primero, en los 70, se tiraba en el campo de Grosso, cerca del boliche La Legua, que está sobre la ruta 9. Si vas por esa ruta, cuando llegás al boliche girás para la derecha, allí en un criadero de chanchos se tiraba la basura, a cielo abierto. Trabajábamos de lunes a sábado y se llevaban dos viajes de basura por máquina todos los días. Después se tiró en Villa Nueva y detrás del barrio Santa Ana, también se criaban chanchos allí». Otra cosa que cuenta es que la recolección se hacía en «camiones canadienses y unas cinco compactadoras Dodge 600. Los canadienses eran unos camiones enormes tipo militares. En total éramos unos 64 recolectores». Recuerda algunos nombres de sus compañeros de entonces, otros se van». Al principio nadie quería trabajar en ese lugar, no era un trabajo muy bien visto». Una cuestión que recuerda mucho Sosa es que la mayoría de sus primeros compañeros tomaba mucho alcohol: «Yo entré con 14, no tomaba nada, pero a los 20 días ya estaba bebiendo, todos los otros eran mayores e influían mucho. Aparte el trabajo duro te llevaba a eso, el primer día tomé un vaso de agua y por el esfuerzo vomité, eran duros, los olores, tarros sucios, gusanos, etcétera. A pesar de tener guantes, uno andaba metido en eso y la gente no nos veía con buenos ojos. Aparte sufríamos mucho, recuerdo que a unos cinco o seis compañeros la compactadora les cortó dedos. La mayoría de los que trabajábamos en recolección éramos parientes, de Villa Nueva, éramos muy unidos, gente de palabra». Acerca de la visión que de ellos tenían algunos vecinos, “Pechito” recuerda que «una vez encontré una señora que le estaba diciendo a su niño que nosotros éramos el cuco. Que si no se portaba bien lo llevaríamos nosotros. Me tocó mucho eso, uno hacía un trabajo digno. Entonces le dije ‘señora, nosotros somos trabajadores dignos, no le diga eso a su hijo’. La señora me pidió disculpas y después siempre nos esperaba con algo».

 

Generosidades

Pero así como cuenta algunos gestos de desprecio, Sosa también recuerda la generosidad de muchos vecinos que se ponía de manifiesto en diferentes ocasiones: «Cuando tirabas un tarro y te veía la propietaria te gritaba ‘¡ya van a venir a fin de año a pedir algo!’. Era como una amenaza que quedaba en la nada, cuando unos 10 días antes de las fiestas de Navidad y fin de año pasábamos dejando una tarjetita con alguna frase y un saludo de los recolectores a los vecinos. Después nos esperaban con regalos. Juntábamos mucho. Nos daban bebidas, pan dulce, hubo veces que llegábamos a juntar hasta 90 botellas cada uno por día. Algunos vecinos incluso nos entregaban dinero. La gente nos daba tanto agradecimiento, recuerdo que a mi papá un doctor que vivía en la calle Entre Ríos, creo que se llamaba Lucenti, le pagaba un sueldo cada fin de año. Mi viejo llevaba el recibo del último sueldo que había cobrado y entonces le daba la misma cantidad de dinero».

«Pero el trabajo era duro», insiste Sosa, «entré con 57 kilos y luego, metido en eso feo del alcohol, llegué a los 92 kilos de peso. Es una locura con una estatura de 1,67 metro», pero llegó algo que lo salvó. “Pechito” entró al mundo del boxeo y allí estaba Alcides Rivera: «Era un maestro, te enseñaba todo, te acompañaba. Después, nunca más probé una gota de alcohol. Eternamente agradecido al maestro que me ayudó a salir de eso, mirá todo lo que recorrí después, ahora tengo cuatro hijos, Verónica, Mario, Enrique y Andrea, y los nietos… Yo me crié en la Municipalidad, aquí hice mi vida. Una cosa que me gustaría contarte es que una vez un diario me hizo una nota y la tituló ‘Pecho Sosa puso nocaut al alcohol’. Cosas como esa te dan fuerza».

Ya contó cómo era el servicio de recolección, qué se hacía con la basura, cómo trabajaban, le pregunto qué más quiere contar y vuelve a insistir: «Era un trabajo duro, andando con la recolección vi cuatro ahorcados en la calle. También recuerdo que una vez la compactadora, a las 6.30, le cortó los dedos a otro compañero. Salimos urgente para la Asistencia Pública, pero desde allí nos derivaron a una clínica. Tratando de ayudar llevaba los dedos del compañero, quizás se los podrían poner de nuevo. Salimos de la Asistencia corriendo, apurados, no vi el borde de una rampa de garaje y tropecé. Con dolor sentí cómo se escapaban los dedos de mi amigo. Volví a juntarlos, pero desgraciadamente no pudieron volver a ponérselos». Luego me muestra una de sus propias manos, que ha sufrido el accionar de esas compactadoras tan peligrosas. Pero enseguida retorna a lo positivo, vuelve a rescatar la figura de Rivera, la de su pariente Pascual Margara, también boxeador, campeón preolímpico «no pudo ir a Moscú por el boicot».

Cuando terminó la nota con “Pechito”, cierro el cuaderno de apuntes y vuelvo a reivindicar que existe un punto de vista de los trabajadores que siempre debemos contar. La otra historia no habla del sufrimiento de quienes cotidianamente ponen el cuerpo.

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