
La Frecuencia Modulada tiene en “Amigos del Rock” (106.9 Radio UNVM) y “La Puerta” (88.1 Radio Tecnoteca) a dos de los programas culturales más escuchados de la Villa. Conducido por Daniel Bacci y Fabián Lynch, el primero se encarga de difundir bandas locales junto a la movida nacional independiente; el segundo, a cargo de Mauro Guzmán y Pablo Chudnobsky (junto a un nutrido equipo), mezcla música y literatura con un sentido del humor “culto y popular”

No están solos esos habitantes de las pequeñas islas poéticas y musicales de la ciudad. Tampoco separados por un mar de ignorancia capaz de destrozar con su violencia las precarias embarcaciones. No, no están solos. Porque a determinada hora del día, las aguas verdosas se vuelven cristalinas como el estanque de un monasterio. Y entonces, los peces de colores pueden verse al fondo de la arena junto a las ostras en forma de abanico. Y sobre todas las cosas pueden verse los faros de lejanas ciudades o, mejor aún, lo que gritan esos faros a la distancia; el guiño desesperado de su sed de comunicación con otros isleños que forman parte del mismo archipiélago. Porque a determinada hora del día es cuando se caen las barreras de la interferencia. Y ese conjunto de luces pueden sintonizar entre sí como un caserío disperso que pertenecen a la misma región. O como bengalas que, por más separadas que brillen unas de otras, celebran una misma fiesta. Eso es lo que pasa cuando las soledades se vuelven auditorio común en un programa de radio al caer la tarde. Desparece el mar picado, los faros vuelven a parpadear su luz ultramarina y sobre todo se vuelve a trazar una línea entre esos puntos de luz. Y asistimos una vez más a la fabulosa invención del horizonte.
En la ciudad de la furia
Daniel Bacci tuvo un bajo eléctrico a fines de los 80 y fue la voz (o mejor dicho “el grito pelado”) de un grupo que no dejó rastros en los casetes de la ciudad: “Silicona Express”. Por aquellos días, el joven Bacci era una suerte de Sid Vicious de la city, con el pelo largo peinado con gel e incluso (y al igual que el líder de los Sex Pistols) gastaba una remera con la bandera británica. Treinta años después, lo vemos abrazar un nacionalismo a ultranza, renegando del english way y difundiendo con un entusiasmo cercano a la santidad el rock de su amada Villa María. ¿Qué pasó en todos estos años para que Bacci haya dado un giro de 180 grados pasando de su Manchester Celestial a la desnuda Pampa Gringa? Escuchemos su respuesta.
“Pasaron muchas cosas, pero sobre todo pasó el tiempo -dice Bacci con una tranquilidad inédita en su acelerado diapasón comunicacional-. Además, por ese entonces, mi viejo me tiró abajo mi carrera de rocker (risas). El, que era tanguero y de los buenos, no podía entender esa locura. Y me decía que debía estudiar mucho si alguna vez quería tocar el bajo o cualquier instrumento… (don Alberto Bacci, cabe destacar, es el actual director de la Orquesta Típica de la UNVM) Pero eso no fue todo en mi alejamiento de lo inglés. Mi viejo no tuvo la culpa de nada, sino yo, que me di cuenta de muchas cosas…
-¿De qué cosas te diste cuenta?
-De que el rock que vino de Estados Unidos e Inglaterra era parte de un plan más grande para imponernos una cultura foránea. Lo peor de todo era que no sólo nos querían vender discos, sino también una forma de vivir y de morir, casi una apología del suicidio.
-¿Cómo es esto?
-Esa poética de la autodestrucción que tan mal nos hace. Lo ves en un montón de chicos y también en algunos grandes. Luca, Charly, el mismísimo Cerati, son ejemplos célebres de autodestrucción.
-Volviendo al tema de rock versus el tango, hoy decir Spinetta es tan argentino como decir Piazzolla o Troilo…
-Es que el rock se terminó enraizando de tal forma, que al fusionarse con ritmos y modos de pensar de nuestros artistas se volvió un género con identidad propia. Y no te hablo sólo del rock de Buenos Aires, sino del que se hace en Villa María. Acá hay heavy metal, thrash, pop, hip hop o reggae y todos tiene una vuelta de rosca pasada por la idioscincrasia cultural de acá.
-¿Cómo definirías el rock villamariense actual?
-De una potencia, delicadeza, calidad y nivel de profesionalización tan inéditas como demoledoras. Nuestras bandas no tienen nada que envidirale a las de Buenos Aires. Con Fabián contabilizamos más de 120 grupos de primer nivel. Y casi todos han pasado por nuestro programa.
-¿Me nombrás algunos?
-Te los nombro aún sabiendo que soy muy injusto por las que me pueda olvidar: Federico Lattanzi; De la Rivera, Rayos Láser, Sopló el Fantasma, Motorblues, Funky tu Madre, Colin Marquis, Juan y los Días, The Sunlight, Mono Voyeur, Debieras Pitar, Radical Roots, Gustavo Rovira, Benigno Lunar, José Azócar, Kalsevito, Los Bufones, Marioneta Mundana, Macroporno, Energía 220, Satélite, Pacheco, Madre Chicha, la Funky Dealers Orchestra, Motorblues, Fabricio Rodríguez, Radar, Don Soho, Modo Indigo, Preciosas Ridículas, Oh! Jacqueline, Nauseabundos de Alegría… Son gente de todas las edades y están sonando en un altísimo nivel. Todas estas bandas son un orgullo para nosotros…
(En estos momentos, Fabián Lynch -coequiper de Bacci, quien está operando en otro programa- se acerca al fogón de la conversación y le hago una pregunta específica).
-¿Cómo se compagina esta “decadencia” del rock nacional con el florecimiento villamariense?
Fabián: -Una de las causas es, sin dudas, la universidad, que ha mixturado a gente de todas las provincias con gente de acá. Ese intercambio ha sido muy enriquecedor y da como resultado una fusión muy interesante. Además, la universidad juega un rol muy importante en la profesionalización de las grabaciones, al igual que la cantidad de sellos independientes. Hoy, los chicos no se conforman con tener una bandita, sino que quieren sonar como los grupos de Buenos Aires. Y si pegan allá, mejor. Pero si no, se mantienen acá con una gran autonomía.
-Sin embargo, la semilla del rock villamariense existía antes de la universidad…
Daniel: -Sí, pero hoy está dando unos frutos increíbles. En este florecimiento mucho tuvo que ver el “espíritu monkyano” (por Monky Tieffenberg 1960-2004), esa necesidad de ayudar al otro todo el tiempo, de colaborar para que tu banda alcance el mayor grado de calidad posible. Esa generosidad se percibe a cada paso.

“Amigos del Rock” está celebrando su cuarto año consecutivo, con 877 programas en su haber (de lunes a viernes de 16 a 18) y un crecimiento exponencial insondable. Y es que, además de contar con entrevistados y bandas en vivo, el programa tiene un columnista de heavy metal de La Plata (el célebre Néstor “Coco” Cabrera), una sección de nutrición saludable a cargo de una especialista y una colaboradora argentina saliendo al aire desde Estados Unidos (la licenciada Raquel Pina, especialista en estudios de Cultura Latinoamericana). Por todo esto es que “Amigos del Rock” se está posicionando como uno de los programas de música independiente más escuchados del interior del país. Pero la última pregunta a modo de cierre queda para Bacci.
-Me decías que tu viejo te desaconsejaba el rock… ¿Qué piensa hoy don Bacci del género?
-Se ha reconciliado con cosas rockeras, como yo, que he sabido apreciar cosas del tango. Creo que la universidad le abrió la cabeza a mi viejo, que con 81 años es feliz dirigiendo la orquesta y haciendo la música que ama; pero sobre todo tocando con chicos que tienen una formación rockera y hablan el mismo idioma sonoro que él. Es como si estuviera tocando conmigo en los 80 y pudiéramos convivir en paz. Eso es lo más hermoso que nos pasó a los dos.

Puerta abierta al humor y a la poesía
Para entrar por esta “puerta de la percepción radial”, lo primero que hay que imaginarse son algunas noches de “bohemia villamariense” en el año 2013, donde un mix de estudiantes y “desertores académicos” de la UNVM se juntaban a guitarrear y leer poesía hasta la madrugada. El escritor Mauro Guzmán y el músico Pablo Chubnobsky eran, por decirlo de alguna manera, los “animadores” de aquellas veladas que por ese entonces no tenían formato alguno.
“Hasta que una noche -recuerda Mauro- les pregunté a todos los que estaban lo siguiente: si alguien pinta un cuadro en una isla y no se lo muestra a nadie, ¿ese cuadro es arte? Y si alguien escribe un libro y lo guarda en un cajón, ¿esas páginas son literatura? Y entonces se armó un debate bárbaro. Al poco tiempo, en casa de Pablo se nos ocurrió grabar una de esas reuniones, con las canciones, las charlas y las lecturas. Fue jugar a que hacíamos un programa de radio y ese fue nuestro primer demo. Al poco tiempo lo presentamos en la Medioteca con una justificación por escrito y nos dieron el ok de forma inmediata”.
-¿Y cómo definirías el espíritu de “La Puerta”?
Mauro: -Nuestra idea es combinar música con la literatura dándole la misma importancia a las dos; trayendo los discos y los libros que más nos gustan y manteniendo la idea de que la poesía pudiera llegar a más gente. Pero siempre a través del juego y del humor.
-¿Son el único programa de literatura de la ciudad?
Mauro: -En estos momentos, sí. Antes hacía un programa la SADE donde se leían poemas también, pero nuestra propuesta es distinta; no tan formal y mucho más lúdica.
-¿Cómo es la dinámica de cada emisión?
Pablo: -El primer año era de permanente improvisación. Mauro traía un texto y yo lo musicalizaba al toque, haciendo canciones alusivas al tema que se iba a tratar. Después, con la incorporación de Gianni Stábile y de Ignacio Stanfield, que estudian Diseño y Producción Audiovisual, llegaron los videos. Pero más allá de las cosas que podamos preparar, la improvisación y el juego es la constante. Siempre logramos un clima muy mágico y esa es un poco nuestra marca registrada.
-¿Cómo se definirían culturalmente hablando?
Mauro: -Como dos personas con mucha curiosidad. Con Pablo habíamos pasado por la universidad, pero habíamos desertado. Y supongo que el programa fue el modo que tuvimos de inventarnos una institución que fuera nuestra. Aunque este año volví a cursar el Profesorado de Lengua y Literatura.
-El staff de “La Puerta” creció exponencialmente en el segundo año, ¿a qué se debió?
Mauro: -A que cuando terminamos el primer año, Pablo me dijo que se iba de viaje por Latinoamérica. Y como yo no que quise quedarme solo, decidí buscar más gente. Como el programa ya había tomado el cariz de “culto y popular”, convoqué a mi amigo Néstor “Teto” Maggi, que es músico y se recibió en la Uni con una tesis sobre cuarteto. Y también a Marcelo “Chelo” Leiva, que es ingeniero, pero también toca la guitarra. Como al final Pablo no se fue, armamos un grupo todos juntos: “Carlitos La Mona Marx y la Mac Guevara Big Band”. Brunella Demarchi fue nuestra presentadora.
-¿Por qué razón incorporaron el cuarteto?
Mauro: -Para remarcar el claroscuro entre lo culto y lo popular que te decía antes. Porque tomando un tema de La Mona o Trulalá hacíamos canciones. Si ese día hablábamos de Lacán, adaptábamos la letra a esa temática. Y así se amplió el espectro de temas y empezamos a invitar no sólo a escritores, sino también a profesionales. Nos visitó Layla Alcalá Reef y Diego Isso, que son psicólogos, y nos hablaron de “la angustia” según Lacán. También vino Carlos Gazzera, director de Eduvim, a charlar sobre Roberto Arlt; la artista visual Analía Godoy, que habló de arte y mercado, y el profesor Enrique Luna, que disertó sobre Filosofía.
-¿Y los escritores locales quiénes?
– Carina Sedevich leyó poemas en el primer programa que hicimos. También Darío Falconi, Gustavo Borga, Norman Argarate y Griselda Rulfo. Una noche vino Ivana Szack de Buenos Aires y también les dimos lugar a escritores que no tenían libros editados pero que valoramos muchísimo, como Gianni Stábile y Julieta Domínguez.
-Hablando de libros, sorteaban uno cada jueves…

Mauro: -Sí, Gustavo Caleri, de Librelibro, nos regalaba un título para que sorteáramos en cada programa y eso generaba muchísima expectativa… Un grande Gustavo…
-¿Cómo es el público que los sigue?
Mauro: -Un público de “amigos cautivos” (risas). Ellos van sumando gente permanentemente. Pero también nos escuchan desde Colombia y Francia; son chicos que han venido de intercambio y nos siguen a la distancia. En general tenemos un público joven y entusiasta. Muchos nos siguen por Facebook (https://www.facebook.com/lapuertavm/?fref=ts).
-¿Alguna devolución que los haya emocionado?
Mauro: -Hace poco, una oyente nos mandó un mensaje diciéndonos que en medio de sus amarguras, todos los jueves a la noche paraba la pelota, se hacía un té y nos escuchaba, porque este programa le hacía bien al alma. Eso nos hizo muy bien a todos y nos dimos cuenta de que nuestro laburo no era en vano.
-Con más de 70 programas, acaban de finalizar su segundo ciclo. ¿Qué se viene para el 2016?
Mauro: -De momento no sabemos si seguimos. Ojalá podamos, pero no hay nada confirmado.
-¿Les gustaría estar en radio comercial?
Chelo: -Este es un programa muy lúdico y desinteresado que nos hace muy bien a todos. Pero si este juego pudiera profesionalizarse en alguna AM o FM local, por cierto que estaría muy bueno.
Mauro: -También debemos decir que si no fuera por un espacio como el de la Tecnoteca, nosotros, que no teníamos experiencia radial, no sé si hubiéramos podido entrar a una radio. Acá no cobramos un mango, pero tampoco tenemos que poner ni salir a buscar publicidad. Hay una desventaja, aunque también muchas ventajas, como tenerla a Cecilia Restovich, que es ingeniera de sonido. Su horario laboral terminaba a las 21, pero se quedaba hasta las 22 haciéndonos la operación técnica del programa…
Néstor: -Ojalá sigamos porque hay mucha música todavía y un montón de ganas…
Pablo: -Además de un logro artístico, haber hecho este programa con tanta gente durante un año fue un logro humano. Porque también tuvimos nuestros tirones y los pudimos sobrellevar. Hay mucho todavía para armar y hacer, mucha música y ganas, como dice “Teto”.
Y es que, excepto en “Las puertas de la Ley”, de Kafka, ninguna otra se cierra para siempre. Y a eso lo saben muy bien estos chicos que, un día jugando a hacer radio, terminaron construyendo una casa hecha de libros y canciones, transfigurando un estudio de radio en un pequeño paraíso de la percepción, un Edén en la tierra donde “aire” se escribe con luz roja.
Iván Wielikosielek