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Un viaje a la antigua Roma

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Un viaje a la antigua Roma

DESTINOS/Italia/Pompeya

Divino tesoro, las ruinas de la antigua ciudad del sur peninsular reflejan, acaso como ningún otro punto del mapa mundial, detalles de lo que fue una de las civilizaciones más emblemáticas de la historia universal

Escribe: Pepo Garay
ESPECIAL PARA EL DIARIO

Dicen que el Vesubio gruñó un rato, y después lanzó todas las broncas juntas en forma de lava, fuego y catástrofe. Eso fue allá por el año 79 después de Cristo. Un 24 de agosto, para ser realmente precisos. Entonces, el día se volvió noche, el aire ardores y la esencia de una ciudad entera, lamentos y despedidas.

Perecieron a causa del fenómeno unas dos mil almas (la mayoría esclavos y otros miembros de la servidumbre: los dueños ya se habían ido antes, informados de que en algún momento se venía lo que finalmente se vino). Sin saberlo, entregarían a la Humanidad la pintura decisiva de uno de los capítulos más trascendentales de la historia universal. Roma, y los modos de aquella sociedad emblemática, habitan en Pompeya.

 

Museo al aire libre

Hoy, la antigua ciudad (ayer animada por unos 15 mil residentes) convida con un verdadero museo al aire libre. Es lo que quedó (y vaya que es mucho) de aquella urbe pujante, referente entonces de la geografía del sur peninsular. Lo que actualmente es la región de Campania, encabezada por la caótica y encantadora Nápoles, la grande de los extremos de Italia.

Apenas 25 kilómetros al sur de la capital regional, y pegada a la Pompeya moderna (30 mil habitantes, no tiene demasiado para mostrar), la otrora conocida como Cornelia Venera Pompeiana aguarda develando sus múltiples preseas. En el camino desde Nápoles, el viajero podrá contemplar la silueta de miedo del Vesubio, respetado volcán, y empezar a entender cómo se dio todo.

Una vez en destino, surgen más certezas. Allí, se aprende rápido que la joya se conservó gracias a las mismas características del siniestro ocurrido hace casi dos mil años. La ceniza sepultó a la ciudad durante largos y silenciosos siglos, protegiendo, valga la paradoja, a lo que permanecía abajo: siluetas de cuerpos enteros, viviendas en roca, calles empedradas, edificios públicos…. y también, modos de vida, usos y costumbres. Como si el conjunto hubiera quedado paralizado, a la espera de ser descubierto (lo que ocurrió finalmente en el año 1748).

El circuito demanda varias horas de andares. Para los más apasionados de la historia antigua, incluso, un día entero puede quedar corto. Son más de 60 las hectáreas a recorrer, 45 de las cuales han sido desenterradas por completo.

 

Íconos del lugar

En ese fenomenal tesoro, destacan íconos como los templos de Apolo, Venus, Isis y Júpiter (por ejemplo), el Foro, el Teatro Grande, el Anfiteatro, la Basílica, el Anticuario, la Palestra Grande, los Baños Públicos y las termas, todos dando múltiples y cristalinos testimonios de cómo era el día a día de la mítica sociedad romana.

Al respecto, también sobresalen las viviendas que quedaron en pie, varias de las cuales simbolizan los distintos oficios que desempeñaban sus dueños (el comerciante, el médico, el artista, etcétera). Muchas de estas construcciones alojan preciosos frescos y mosaicos originales, y cantidad de historias y curiosidades de la cotidianeidad romana que no dejan de sorprender.

Aunque el paseo puede desarrollarse tranquilamente de forma independiente, se recomienda realizarlo en compañía de un guía, para poder absorber de manera total la abundante información que brota del lugar. Ese que junto con Herculano y otras ruinas de la zona (también víctimas de la furia del volcán), ha sido nombrada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.  Argumentos le sobran.

 

HUMOR VIAJERO

Feca colombiano

Por el Peregrino Impertinente

Además de contar con paisanos entrañables, paisajes alucinantes y reconocidos narcotraficantes que con tal de hacer un par de billetes extras son capaces de apuñalar a su propia madre con una Bic trazo fino, Colombia goza de un producto que es su fiel embajador en todo el mundo: el café.

Tal es la fama de esta mercancía, que desde hace varios años la etiqueta “Café de Colombia” es una “indicación geográfica” y una “denominación de origen protegida”. Rótulos que nadie sabe qué significan, y que nadie se preocupa en averiguar. Mucho menos en el actual contexto de locura, con un dólar que sube de forma descontrolada y gente lanzándose de palomita por los acantilados. “Pero calma calma, que no panda el cúnico”, diría entonces el Chapulín Colorado, remil drogado con pastillas de chiquitolina y éxtasis.

Fundamentalmente, el mencionado café es sembrado y cosechado en las zonas montañosas, en la región central de la nación andina. Preciosos parajes donde los comandos de las FARC prácticamente ya ni se acercan, quizás por miedo a que los cada vez más estrictos controles de tránsito los agarren con el ITV vencido.

Lo curioso es que la mayor parte de la producción del “Café de Colombia” está corporizada por granos de la especie conocida como “Coffea Arabica”, originaría de naciones tan distantes y exóticas como Etiopía o Yemen. “Mire, hermanito, usted se deja de entrometer tanto en nuestros asuntos cafeteros o se me va a dormir con Jesusito en las alturas. O directamente en un sanjón con más plomo encima que gremialista opositor ¿Sí, me entiende?”, salta desde una finca majestuosa un señor de bigotes y rulos. Digan que el tal Escobar se murió hace rato, que si no le entraría un miedo grande a uno.

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