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Una amistad que perdura tras la muerte

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Una amistad que perdura tras la muerte
Araucaria que plantó Titina al morir su amigo Monky. Pronto sus cenizas descansarán al pie del árbol, en un campo de San Antonio de Litín

Unidos por los pentagramas y las paletas, los dos artistas cultivaban una intensa relación personal y fueron vastamente conocidos y apreciados por el público

Araucaria que plantó Titina al morir su amigo Monky. Pronto sus cenizas descansarán al pie del árbol, en un campo de San Antonio de Litín

Escribe: Juan Carlos Seia
DE NUESTRA REDACCION

Entrañables amigos en vida, Titina y Monky siguen juntos en el recuerdo de quienes los conocieron y disfrutaron de su talento y bonhomía.

El Concejo Deliberante de la ciudad se apresta a rendirles un homenaje permanente, con la imposición de sus nombres a dos calles del barrio Parque Norte.

El concejal Mauro Beltrami había explicado días atrás que “el barrio Parque Norte tiene la particularidad de que resalta a distintas figuras villamarienses de la actividad artística y cultural” .

César Bravín y Daniel Tieffemberg dejaron señales indelebles en la música y en la plástica local, dos pasiones que los amalgamaban. Por esas cosas del destino sus vidas se apagaron tempranamente, cuando promediaban los 45 años, y ambos también dijeron adiós en octubre.

En tren de similitudes, puede decirse además que César absorbió desde niño el afecto por el arte de su padre Oscar, también músico y pintor. Daniel, en tanto, era hijo de un secretario de Cultura de la provincia.

Un árbol crece en un campo cercano a San Antonio de Litín: fue plantado por Titina Bravín recordando a su artista amigo. En pocos meses, sus cenizas descansarán al pie de la araucaria que con tristeza enterró hace una década. Es un retoño del frondoso ejemplar que se erguía en la paterna casa de Tieffemberg, en calle San Luis.

Otros quehaceres ocupaban también sus ajetreados días: el fútbol, donde descolló Bravín como defensor en Alumni, y el servicio de sonido, donde Tieffemberg hizo carrera aportando a las bandas musicales de la región.

Pero dejaron ambos una herencia destacada, que está en el ADN de la música villamariense.

Mientras Daniel fue una bisagra en el desarrollo del rock y del blues y llegó a publicar sus dibujos en la mítica revista Hortensia, César con sus pasiones desplegó la cultura local más allá de las fronteras. Se dio el gusto de actuar en la propia cuna de la música afroamericana, y fue invitado a exponer sus cuadros en Barcelona y Nueva York.

La esposa de Tieffemberg, Nancy “Roja” Camandona, escribió alguna vez que “el amor trasciende la barrera de la muerte. Doy gracias de haber compartido la mayoría de los años que tengo de vida con él. Poder disfrutar de Dana, nuestra hija, que me llena de orgullo como lo hizo también él, aún ahora que no está con el reconocimiento y los homenajes. El legado que deja para ella de honestidad, solidaridad, el afecto que supo despertar en los demás y que se manifiesta para con nosotras cotidianamente. Y los amigos, nuestros amigos, que nos contienen todos los días y hacen más llevadera esta terrible ausencia”.

En el día de ayer, en contacto con EL DIARIO, medio donde se publicaran historietas creadas por la pluma de Monky, Nancy expresó su “agradecimiento y satisfacción por los gestos de reconocimiento que a lo largo de los años se le siguen haciendo”. La muerte lo encontró en medio de un nuevo proyecto de banda, al que había bautizado “La Corte”, y con el cual ya estaba ensayando.

A Titina, según cuenta su familia, le quedaron truncos un montón de ideas, una de las cuales era grabar temas de Astor Piazzolla con su papá Oscar, un eximio bandoneonista. Y en el atril de su casa dejó un lienzo a medio terminar, que completó su padre.

“Nunca pensé que mi hijo fuera tan importante. No tenía dimensión de lo que hizo, hasta que vi el enorme y sincero cariño con el que tanta gente fue a despedirlo”, reconoció ayer Oscar Bravín, quien se declaró orgulloso del homenaje que recibirá del Concejo. “Titina fue más allá de músico, o de artista plástico, o de futbolista, un docente. Era lo que más quería en la vida, y tal vez fue lo que lo mantuvo en Villa María. Sufrió mucho con su enfermedad, pero siempre simulaba estar bien. Es que además era una excelente persona”.

Por su parte, Monky escribió en 1978 sobre su propio final en un poema al que tituló “Muerte”:

“Quizás espere tranquilo/ ya sin miedos, ni nostalgia/ junto a un montón de recuerdos/ la llegada de mi barca./ Y de pronto la veré/ difusa entre la bruma negra/ sus velas no se hincharán/ pues no necesita al viento/ para andar… para andar./ Me tomaré de su mano/ ella me guiará/ entre coros silenciosos/ quizás a un nuevo despertar…/ Y tendré un millón de flores/ muriéndose de impotencia/ palabras nunca escuchadas/ hasta el fin de mi existencia./ De las lágrimas que caigan/ quizás pueda rescatar/ algunas que realmente/ quieran mi rostro mojar./ Una flor se abrirá paso entre la tierra que me cubra/ y una canción inaudible, resbalará por las ramas de algún árbol…/ para quemarse en el sol…”.

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