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Académica y romántica como una pléyade

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Académica y romántica como una pléyade
Adriana Zabala expuso por cuarto año consecutivo en la Medioteca

Dueña de una técnica exquisita que abreva en el Neoclasicismo y el Renacimiento, Adriana Zabala expuso por cuarto año consecutivo en la Medioteca. Alumna dilecta del maestro cordobés Claudio Boggino, la pintora villamariense se asume “hiperrealista” en una posmodernidad marcada por las instalaciones, la fugacidad y el arte decorativo

 

Adriana Zabala expuso por cuarto año consecutivo en la Medioteca
Adriana Zabala expuso por cuarto año consecutivo en la Medioteca

Si por algún capricho de la imaginación o de la ciencia ficción el pintor francés William-Adolphe Bouguereau (1825-1905) pudiese viajar en el tiempo para pintar un mural en la lejana Villa María del presente, sin dudas elegiría a Adriana Zabala como su ayudante predilecta. Y es que, a 150 años de su esplendor parisino, el maestro del academicismo francés encontraría en la retratista villamariense no sólo una fiel discípula, sino también (y sobre todo) una artista obsesionada con la perfección del la figura humana, las leyes de la luz y el color y la factura “hiperrealista” de sus telas. Y esa obsesión (la que hace que Zabala se demore dos o tres meses en un lienzo al que pinta a razón de cuatro horas por día) es la misma que desvelaba al francés, quien 400 años después del Renacimiento aún buscaba en su paleta las claves de Leonardo y Caravaggio. Como si con el tiempo, las técnicas clásicas fueran carcomidas por las polillas del “mal gusto”, ese eclecticismo que responde a la moda de la época más que a la evolución artística, razón por la cual los pintores exigentes no se resignan a perder ciertas “técnicas milagrosas” de los antiguos y se ven obligados a restaurarlos. Eso fue lo que le pasó a Bouguereau y a todos los “neoclasicistas” del siglo XIX. Y eso es lo que le pasó también a Adriana y a los pocos pintores de su generación que, de este lado del charco y del tiempo, sintieron una sed inmensa por estudiar, a la par de la obligatoria “vergüenza” ante tanta instalación insustancial y tanta “pintura abstracta” (por no decir “vacía” de toda verdad concreta) de sus contemporáneos. Y por eso iniciaron, aún contra viento y marea, el difícil camino de “aprender a pintar y a dibujar” antes de autodeclararse pintores.

Pero ¿cómo y dónde se aprende a pintar, desde la Villa María del siglo XXI, como una academicista del siglo XIX o una renacentista del Quattrocento? Escuchemos a Zabala, quien con toda la amabilidad del mundo le abre a este periodista las puertas de su atelier y de su corazón.

“Aunque me recibí en la Escuela de Bellas Artes a los 15 años, mi búsqueda como pintora empezó a los 20. Por ese entonces yo ya tenía mis dos hijos más grandes y una amiga que sabía de mis ganas, me invitó a un taller de pintura decorativa a Buenos Aires. La acompañé. Pero cuando vi lo que hacían me dije que eso de pintar cosas chiquitas no era para mí. A la clase siguiente llevé una madera de un metro por un metro y pinté un paisaje. Y mi profe me dijo: vos vas a ser pintora porque te gustan las superficies grandes”.

-Sin embargo estabas lejos de sentirte pintora por esos días…

-Claro, porque recién me estaba buscando. Desde ese entonces hice todos los cursos y seminarios que te puedas imaginar; viajando a Córdoba, a Rosario y a Buenos Aires. ¡No te puedo explicar toda la plata que me gasté! Todo lo que ganaba restaurando muebles lo ponía ahí. Y hasta me recibí de artista decorativa certificada (risas). Pero el verdadero llamado me llegó hace unos 10 años, cuando conocí a mi maestro…

-¿Cómo fue?

-De pura casualidad. Resulta que estaba en Córdoba haciendo un taller y un amigo me dice “tenés que venir a ver la muestra del Hollyday Inn. Creo que es para vos”. Cuando entré a la galería, vi dos cuadros que me dejaron con la boca abierta. Eran de una pintora que ahora es mi amiga. Nunca había visto ese grado de calidad y realismo en un lienzo. Ni siquiera en los mejores museos del país. Eran unas cintas pintadas con un realismo conmovedor. Y yo me dije: “¡Quiero conocer a esa chica y al maestro de esa chica!”… Porque no se puede pintar así sin tener un gran maestro…

-Y por lo visto lo encontraste…

-Sí, pero me costó un montón… Porque luego de encontrar a Patricia y declararle mi admiración, le dije que quería tomar clases con su instructor. Y ella me dijo “¿con Claudio? No sé si lo vas a soportar”… Y se me rió. Y es que Claudio Boggino es considerado un loco. Vive en las afueras de Córdoba, no tiene celular, no tiene Internet, y lo peor, ¡no tiene ningún tipo de pedagogía! (risas). Si pintás mal, te reputea. Muchos alumnos se han ido de sus clases llorando. Además, para llegar a su taller, tenés que bajarte en medio del campo y caminar dos kilómetros en subida.

-Por lo visto te aceptó en el grupo…

-Sí, más que nada por mi pasión y voluntad. Estuve siete años viajando todos los sábados a Córdoba y compartiendo con los otros pintores. Hicimos un grupo fantástico. Yo nunca encontré en mi vida a gente tan dedicada, gente que amaba el arte con la misma pasión que yo lo amo…

-¿Y qué conclusión sacaste de tu maestro?

-Que es el mejor que tuve en mi vida. Lo comparo con Leonardo Da Vinci por su técnica y su creatividad… Pero fijate lo que son las casualidades, porque uno de los grandes maestros de Boggino fue Leopoldo Garrone, el escultor de Villa María. Claudio siempre me dice “Garrone me enseñó a pintar retratos”. Pero Boggino, además, vivió muchos años en Italia, donde aprendió todo lo que sabe.

 

P19-Versión de la Pléyade de Bouguereau por Adriana  Zabala
Versión de la Pléyade de Bouguereau por Adriana Zabala
P19-Girasoles
Girasoles

 

 

 

 

 

 

Atelier renacentista en la pampa gringa

La casa de Adriana no se distingue especialmente de las viviendas vecinas en el barrio “clase media” de la UTN. Todas son de una planta revestidas de impecable ladrillo visto y con un pequeño jardín al frente. Incluso todas exhiben ese azaroso “bowling de plástico” que suelen ser los sifones esperando por el sodero en el umbral. Pero cuando se abre la puerta, uno tiene la sensación de no estar en Villa María, sino en una pequeña galería de arte italiana, con sus paredes pintadas de rojo y los bodegones y retratos de Adriana, sus girasoles en un tacho para el hielo, sus mesones con un manto púrpura y botellas con naranjas, sus mares picados, sus Cristos renacentistas y su “Pléyade” recreada de su amado Bouguereau. Y en los caballetes pulcramente ordenados, los estudios de sus alumnos.

“Soy muy exigente como profesora -dice Adriana al verme sumido en la contemplación de los bocetos-. Lo primero que les pido a los que vienen al taller es que tengan pasión por la pintura. Si alguien viene porque está aburrido, no lo admito. Debe ser por eso que no tengo muchos alumnos. Pero no creo que esté equivocada; mirá que Boggino, que no es de hacer halagos a nadie, me dijo que yo era muy buena profe. No entendía que en tan poco tiempo mis alumnos adquirieran tantas técnicas…”.

-¿Y cómo conseguís que tus alumnos vayan tan rápido?

-Estoy encima y los corrijo todo el tiempo. Pero también les doy un método para que puedan aprender rápido, es decir, que les doy técnicas de dónde agarrarse. Y también les doy mi paleta, que es lo que hizo Claudio conmigo. Cuando dejé de ser su alumna hice mi paleta propia, pero antes me serví de la suya. Y eso es muy importante. Hay muchos profesores que se confunden, creen que hay que darles libertad a los alumnos cuando todavía no saben agarrar el lápiz. Y la libertad es lo que viene después que aprendiste a dibujar.

-Volviendo a tus óleos ¿siempre pintaste a base de fotos?

-Sí, pero sobre todo a base de la realidad. Cuando pinté mi serie de mares, por ejemplo, me fui a Mar del Plata. Y además de sacar un montón de fotos hice apuntes de los colores. Me decía “el gris acero de las siete de la tarde está formado por tal porcentaje de negro, tal de blanco, azul y verde”… La foto que viene después es sólo un apunte que refuerza la percepción en vivo de la naturaleza, que es en definitiva lo que importa. Saco las fotos porque si no, las naranjas de un bodegón se me podrirían en dos meses. Pero al lado de la foto siempre tengo una naranja de verdad…

-¿Por qué los pintores hiperrealistas tiene prensa de “poco creativos”?

-Porque nos tildan de copistas. Pero si te ponés a ver, todo el mundo copia. Es cierto que en nuestro caso, quienes somos muy realistas copiamos con mayor rigurosidad los elementos que componen un cuadro: las frutas, los paños, las botellas… Pero la concepción del cuadro, que es el equilibrio compositivo y la factura final del color, es de uno. Y a veces estás un mes buscando la fórmula para que un cuadro funcione…

-¿Creés que en las escuelas de Bellas Artes se ha devaluado el academicismo?

-Totalmente. Se debe a que los propios profesores no están formados para enseñar las técnicas. Vos en tres años de carrera no podés saber de grabado, de pintura, de dibujo y de escultura. Eso te llevaría una vida entera… Tendría que haber profesores exclusivos para cada materia y no que un arquitecto te enseñe dibujo o un grabador te enseñe pintura…

-Hoy asistimos a un “boom” de la pintura decorativa, que es por lejos la que más vende. ¿Qué pensás al respecto?

-Es gracioso porque cuando vas a un country donde todos se la tiran de originales, ves que todos tienen los mismos sillones, el mismo jarrón ¡y los mismos horribles cuadros en serie comprados en los mismos lugares! (risas). Pero a la gente le dicen que eso es la pintura de hoy, que eso es la moda. ¡Y ellos van y compran! Hay una falta total de educación en arte y la gente carece de muchísimos elementos para apreciar una obra. Esa es una falta que viene del colegio, donde no se enseña nada ni se lleva a los chicos a las exposiciones, a excepción del Rivadavia.

-¿Qué tiene el Rivadavia?

-Que muchos de sus profes de Plástica están con los alumnos en todas las muestras. Además, ahora hay una orientación en Arte que me parece espectacular. Un día di una clase y los chicos me hicieron cada pregunta que me dejaron alucinada. Espero que no les pase como a mí, que demoré 30 años en hacer lo que quería… Aunque cuando lo pienso, me digo que valió la pena tanta espera…

-¿Fuiste vos misma a partir de tu maestro?

-¡Totalmente! El maestro es esa persona que te va a permitir que seas la que de alguna manera ya eras, pero en toda su plenitud.

Y hablando de maestros y casi como corolario de esta charla, Adriana me muestra su fabulosa “Pléyade” basada en el cuadro homónimo de Bouguereau, “el pintor más refinado que vi en mi vida” (comenta a modo de definición). Se trata de una versión tan pulida como delicada, tan precisa como apasionada del artista francés que, de no mediar la imposibilidad espacio-temporal, acaso hubiera sido junto a Boggino su maestro.

Al ver ese cuadro, me doy cuenta que Adriana Zabala ha hecho algo más que una versión neoclásica de un cuadro icónico. Lo que Adriana ha hecho fue pintarse a sí misma; a su propio ideal artístico tan academicista como romántico; tan apasionado y riguroso. Frágil y potente como el salto de una ninfa que transmigró a través de los pinceles y las edades hasta una sencilla casa villamariense; pequeña “Tinkerbell” al óleo que ha puesto un brillo de poética luz a los días de la vida.

Iván Wielikosielek

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