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Barquito de morondanga

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Barquito de morondanga

Por el Peregrino Impertinente

“Construiré una balsa y me iré a naufragar”, cantaba Litto Nebbia con Los Gatos, que no eran precisamente Silvestre, Chatrán y Suertudo, sino más bien un grupo de humanoides dignísimos en aquello de dedicarle sones a las simplezas de la vida.

Pero eso era en otras épocas. Hoy nadie le rinde tributos a balsas destartaladas ni a nimiedades del estilo. La posta, en los tiempos que corren, está en propinar loas a construcciones descomunales, a obras faraónicas que nos recuerdan sobre las virtudes del capital y lo miserable de nuestra existencia. Nos sumamos a la causa, simplemente porque somos unos traidores con menos escrúpulos que Barros Schelotto cuando le dijeron: “Para que te demos el puesto es menester que le serruches el piso a tu excompañero y amigo” y él respondió: “Avísenme y le meto un balazo en la frente”.

El inútil e innecesariamente extenso copete sirve (o mejor dicho, no), para hablar del Harmony of The Seas, el crucero más grande del mundo. Una mole de 120 mil toneladas de peso que a partir de los próximos días comenzará a surcar las aguas del Mar Mediterráneo, ante los aplausos de deshidratados inmigrantes africanos a bordo de sus chalupas. Un espectáculo multicultural maravilloso.

La embarcación arroja números sorprendentes: costó 1.100 millones de dólares (unas 220 millones de pizzas, según el índice Prat-Gay), y está preparada para alojar a seis mil pasajeros y dos mil tripulantes. Una virtual ciudad móvil que cuenta además con 16 cubiertas, 40 restaurantes y siete “vecindarios”, los cuales, para darle mayor autenticidad al carácter “urbano”, han sido regados de viejas pueras que barren la vereda y se quejan aleatoriamente.

Otras cifras grandilocuentes del Harmony Of The Seas surgen de sus medidas. Más de 360 metros de longitud tiene la eslora, 66 la manga y 9 el calado. Aquí, haría falta saber que carancho significa cada cosa, como para que el viajero se impresione aún más con el crucero, y se frustre debidamente al comprobar que el sueldo no le alcanza ni para sacarle una foto desde el puerto.

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