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Caza de brujas en los siglos XVI y XVII

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Caza de brujas en los siglos XVI y XVII
Imagen ilustrativa

GUERRA CONTRA LAS MUJERES

La caza de brujas desarrollada en Europa literalmente fue una guerra contra las mujeres para quitarle todo poder ante la sociedad y construir una feminidad acorde a un nuevo modelo social que se construía, el capitalismo. Resulta muy difícil encontrar momentos en la historia de la Humanidad en la que se ejerciera tanta crueldad como a la que entonces se sometió el cuerpo de la mujer

Ilustración de Raúl Olcelli, sobre “Sueño de bruja”, de Albert Keller, finales de siglo XIX

Escribe Jesús Chirino
Nota Nº 541

Construcción de una nueva feminidad

La caza de brujas fue promovida por una clase política preocupada por el descenso de la población a la par de estar convencida de que el aumento de la misma significaba la riqueza de las naciones.

Entonces se desarrolló una mirada atenta sobre el crecimiento y los movimientos de las poblaciones, cuestión que quedó marcada por el hecho que en los siglos XVI y XVII no solo fue el apogeo del mercantilismos sino que también se dio el comienzo de los registros demográficos (nacimientos, muertes y matrimonios), censos regulares y, principalmente, la formalización de la demografía como ciencia del Estado.

Es así que a mediados del siglo XVI la mayoría de los países europeos comenzaron a realizar estadísticas con regularidad. En el siglo posterior todos los países donde se desarrolló la caza de brujas promovieron el crecimiento demográfico y, mediante diferentes medidas el Estado fue tomando el control sobre el cuerpo femenino y en especial en todo lo relacionado con la reproducción.

Para el aumento de la población jugaba un papel importante la mujer, pero no existe una sola manera de ser mujer. Es así que en las acusaciones de brujería atacaron modelos femeninos que no resultaban acordes con las necesidades del nuevo sistema.

Es así, por ejemplo, que en los juicios por brujería, aparecían acusaciones a quienes ponían en práctica métodos relacionados con el control de la procreación, en esto caían las parteras y también aquellas que evitaban la maternidad. También eran acusadas quienes practicaban su sexualidad fuera de los vínculos del matrimonio y la procreación.

Como en aquellos procedimientos denominados juicios no existía necesidad de probar nada, alcanzaba que una mujer fuera señala como de “mala reputación” para mostrar su culpabilidad. Pero también eran consideradas brujas aquellas que contestaban, discutían, insultaban o no lloraba a pesar de la tortura.

Esas mujeres eran las rebeldes, pero no por participar en algún actividad subversiva en particular, sino por expresar una feminidad desarrollada, especialmente entre el campesinado, durante la lucha contra el poder feudal cuando las mujeres estuvieron al frente de los movimientos denominados heréticos. Generalmente lo hicieron desde asociaciones femeninas desde las cuales plantearon un desafío real tanto a la autoridad masculina como a la Iglesia.

Al decir de Silvia Federici, en “Calibán y la bruja”, “La casa de brujas fue… una guerra contra las mujeres; fue un intento coordinado de degradarlas, demonizarlas y destruir su poder social” a lo que agrega “fue precisamente en las cámaras de tortura y en las hogueras en las que murieron las brujas donde se forjaron los ideales burgueses de feminidad y domesticidad”.

 

Persecusión a mujeres y clase social

El intelectual francés Jean Bodin, de grandes aportes a la teoría del Estado moderno, llegó a decir “debemos diseminar el terror entre algunas castigando a muchas”.   Realmente fue así, entre las acusadas de ser brujas solo había unas pocas que eran sospechosas de crímenes específicos.

Tampoco todas las acusadas eran transgresoras a las normas sino que el ataque fue a la mujer como tal y, de manera muy especial, a la mujer de las denominadas clases inferiores. Ellas eran las que generalmente eran llevadas a juicio. Y siguiendo lo dicho por Bodin en algunos pueblos europeos solo unas pocas mujeres se salvaron de ser acusadas de brujas.

Las acusadas eran sometidas a torturas que solo pudieron surgir de mentes perversas. Si bien no todas terminaban siendo ejecutadas, era muy difícil vivir luego de ser señalada como posible bruja. Recordemos que la caza de brujas posee una continuidad con la precedente persecución de herejes que, a su vez, bajo el pretexto de imponer una ortodoxia religiosa sirvió para castigar formas específicas de subversión social.

Esta continuidad es tan obvia que en algunos lugares las brujas fueron llamadas herejes. También está el dato que la caza de brujas se inició en zonas como, por ejemplo, el sur de Francia y el norte de Italia, lugares donde la persecución de herejes había sido más intensa. Estos últimos también fueron quemados en hogueras en calidad de traidores a la verdadera religión.

Eran acusados de crímenes que luego  sería endilgados a las mujeres consideradas brujas, como sodomía, infanticidio, adoración a los animales, todas acusaciones rituales que la Iglesia siempre lanzó contra las religiones rivales. Pero a pesar de estas similitudes existió una gran diferencia entre la herejía y la brujería.

Esta última fue considerada un crimen básicamente femenino. Entre 1550 y 1650, período en el cual la persecución alcanzó su pináculo casi todas las acusadas eran mujeres, siendo que antes los hombres habían llegado a ser un 40% de ese universo. Debe aclararse que entre los procesados se encontraban vagabundos, mendigos, trabajadores itinerantes, gitanos e incluso curas de clase baja. Pero lo más destacable es que los datos señalan que durante los siglos XVI y XVII, las mujeres fueron el 80% de las personas juzgadas y ejecutadas por brujería, en Europa.

 

Tortura y ejecución

A partir de la documentación existente el procedimiento habitual era que las mujeres acusadas fueran desnudadas y todo su cuerpo afeitado pues decían que el demonio se escondía entre sus cabellos.

Paso siguiente toda su humanidad era pinchada con largas agujas, bajo la excusa de querer encontrar las marcas con las que el diablo supuestamente marcaba a sus criaturas. En esas terribles exploraciones buscaban marcas similares a aquellas que, en Inglaterra, hacían los patrones a los esclavos fugitivos. La tortura con los pinchazos era realizada en todo el cuerpo incluida la vagina.

La práctica exhibía un sadismo y misogía de tal magnitud que es imposible explicar como castigo a cualquier crimen específico. Frecuentemente las acusadas eran violadas. Se investigaba si eran vírgenes o no, como signo de inocencia. En caso que las mujeres no confesaran sus supuestos crímenes eran sometidas a calvarios más terribles.

Entre estas prácticas estaba el hacerla sentar en sillas de hierro bajo las cuales se encendía fuego; arrancarles miembros; quebrarles huesos. Luego de todo este tipo de torturas sobrevenía la ejecución, entonces se las colgaba o quemaba en la hoguera. Ese acto tenía carácter público debiendo ser presenciado por la comunidad. Pero quizás el detalle más macabro sea que se obligaba a que los hijos de las brujas, de manera especial sus hijas, debían estar presentes.

En algunos casos se azotaba a las niñas, frente a la hoguera donde ardía su madre.  Lastima pensar que se ejerciera tanta crueldad, pero desde esas prácticas lamentablemente se forjaron principios morales que serían esgrimidos por los sectores de poder en la sociedad.

 

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