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Ese jugador que siempre está

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Ese jugador que siempre está
De chiquita con la tricolor en la cancha

FEDERAL C – Alem a semifinales

El Gauchito Gil está presente entre los hinchas de Villa Latita

Escribe: Daniel Rodríguez

El fin de semana de Pascua familiar, la lluvia que amenazaba (y que luego cayó), los encuentros de Liga Villamariense (entre ellos el clásico cabralense) y el “partidazo” de Boca-Talleres… Nada fue motivo suficiente para que los de Villa Nueva perdieran la expectativa y su emoción. Ni el diluvio más grande podía apagar ese fuego que iluminaba toda la ciudad.

Ya desde temprano la sede de calle Marcos Juárez estaba invadida por las voces y canciones tricolores. Tras la Misa en la Catedral, algunas personas se sorprendían porque todos vestían la misma pilcha. Unos que terminaban de desayunar, otros que preparaban en su parrilla el asado dominical, algunos haciendo las compras en el súper, todos haciendo algo distinto, pero todos con algo que los igualaba. La ciudad se movía como una marea, todos danzaban al mismo ritmo y con el mismo color: siempre con la de Alem puesta, claro.

Ya en horas de la siesta algunos merendaron rápido -un mate de parados yendo de la cocina al comedor-. Otros salieron en familia, también apurados, prometiendo comprarle a los más pequeños un praliné o un pururú a algún vendedor que subiera y bajara, oportunamente, por la tribuna. Como sea, contando peso por peso en el primer día del mes (cuando más se sufre). Había que llegar como sea.

Desde temprano la Plaza Manuel Anselmo Ocampo iba siendo invadida por cientos de almas que esperaban la bendición bajo un cielo gris. Tribunas copadas, repletas y un solo grito.

Durante el domingo, tras algunas voces encontradas, la dirigencia local decidió modificar el valor de la entrada y la dejaron en cien pesos (cincuenta pesos menos). Así mejoraron la convocatoria y también pudieron utilizar lo mismo como paliativo para el sueldo de los jugadores.

El blanco, el rojo y el negro invadían cada rincón del templo del fútbol que tiene Villa María; mil banderas colgadas del tejido perimetral hacían que los más petisos escalaran un poco más en la grada; si hasta algunos papás subían a sus hijos sobre sus hombros, todos querían saber y sentir. Es que nadie quería quitar sus ojos ni quedarse afuera de la página grande que se estaba escribiendo en la vida del club.

Los jugadores también miraban hacia fuera y sonreían, levantaban sus brazos (así como luego terminaron bailando en un festejo compartido). Es que tan importante es lo que pasaba afuera, con el aliento de la gente, como lo que sucedía mientras la pelota rodaba y volaba de norte a sur. Por eso cuando el cronómetro se detuvo todos se unieron a celebrar una nueva epopeya.

Y nadie faltó, todos estuvieron y todos saben lo que pasó. El pitido del final sonó como una tromba. Camisetas de todos los años, de todos los colores, en todas sus formas: volviendo a ponerse y desempolvar esas casacas de mil batallas y demostrar que son historia viva.

Noventa minutos al son de bombos, platillos y bengalas; todo el carnaval vibraba  y saltaba sobre la tribuna de cemento. Poco importaba la “tempestad”; ya que en medio de las gotas, algunas lágrimas se camuflaban.

Al cierre de esta edición, todavía, todos unidos como adentro de un puño, (jugadores e hinchas) permanecían en la casa del León, empezando a festejar una noche larga con que nadie se quiere perder.

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